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Piropos

L os piropos son halagos y a la vez galanteo que se le dicen especialmente a las mujeres cuando son bonitas.
Según cuenta la historia, la palabra piropo es de origen griego: pyropus, que significa rojo fuego. Los romanos la tomaron y usaron para clasificar piedras finas llamadas granates, de color rojo rubí. El rubí simbolizaba al corazón, y era la piedra que los galanes le regalaban a la cortejada. Quienes no tenían plata para los rubís les regalaban lindas palabras.
A principios del siglo XVII, se usó con frecuencia en tratados y poesías como símbolo de lo brillante y comparándolo con alabanzas para una mujer bonita. En sentido literario, era sinónimo de chispazo, fogonazo de ingenio, la palabra encendida.

El piropo es callejero, improvisado, ocasional, una costumbre oral y popular. Halaga o ataca las diferentes partes del cuerpo. Sólo cuando forma parte de un proceso de conquista y enamoramiento es entonces el primer eslabón de un ritual amoroso.
El enunciado de estos piropos es el querer algo de alguien como una condición previa a la acción entre el yo y el otro que estructura el enunciado del ser y del hacer: “quisiera que fueses…”, “quisiera ser…”. Los ejes semánticos giran entre la afirmación y la negación, entre suposiciones contrarias o complementarias.


También están los antipiropos, que son esos que caricaturizan al cuerpo agresivamente. Es que los seres humanos se mueven entre la ternura y la agresión; y de la palabra que halaga a la que maltrata hay un sólo paso. El antipiropo también llamará la atención del piropeado –en este caso víctima-, quien responderá con un adjetivo más agresivo aún o por el contrario, no hará acuse de recibo.

Aunque algo distorsionado y perdiendo espacio, generador de ira o de una sonrisa incrédula, el piropo es una costumbre de habla hispana que –para bien o para mal- siempre quedará en el inconsciente colectivo y que nunca, pero nunca, pasará desapercibido.